Rosa, en su trabajo, era eficiente, metódica, responsable, respetada, de confianza; pero para su jefe, Paco, había un pequeño problema: carecía de ambición. Había habido una vacante reciente en otra división de la compañía y se pensó en Rosa como potencial candidata a ejercer el puesto. Se hicieron las evaluaciones pertinentes, se consideró sus antecedentes y se llegó a la conclusión de que era la persona adecuada. Pero cuando le ofrecieron la promoción, declinó amablemente y pidió seguir en su puesto. Paco no entendió tal decisión y consideró que su subordinada directa merecía ayuda…, de un coach, ¡ya!
El coach a cargo entendió que, como un buen comienzo, debía crear un espacio de reflexión para permitir que Rosa pudiera explicar(se) la negativa a continuar ascendiendo en la organización que confiaba en ella. Bastaron unas pocas sesiones para que la mujer descubriera que, en su fuero más íntimo, el verdadero problema era un inmenso temor a no estar a la altura. Muchos compañeros de su nivel jerárquico habían sido ascendidos…, para ser despedidos más tarde o temprano. Esa asociación de ideas paralizaba cualquier inquietud de mejora por su parte, prefería la seguridad de lo conocido y no el riesgo de lo incierto. Pero también pudo comprender que negarse a un puesto de mayor responsabilidad no era una buena apuesta de futuro, sino un simple callejón sin salida. Rosa trabajó —junto a su coach— su confianza, entendió que debía crecer junto a la organización que le albergaba y pidió apoyo para sentirse más confiada ante los desafíos. A los seis meses, luego de un intenso proceso de cambio, elaboró ella misma sus objetivos y recursos necesarios para llevarlos a cabo, lo que derivó en que ella misma pidió un ascenso… que le fue otorgado de inmediato, claro.
Al cabo de un año, Rosa pidió un nuevo proceso de ‘executive coaching’, pero esta vez para reforzar algunas competencias requeridas para los nuevos desafíos, los que incluían… una nueva promoción a la vista.
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